En un pueblo de la provincia de Álava había una pareja sin hijos. Las cosas, aparte de su soledad, todavía les iban bien. Hasta que, una noche, cerca de la medianoche, la mujer abandonó silenciosamente el lecho conyugal. Ocurriendo esto varias noches consecutivas, el marido decidió espiarla, muy alarmado.
Así, cuando la esposa se preparaba para otra de estas misteriosas salidas, el marido, que fingía estar dormido, la siguió discretamente hasta la cocina. Allí vio cómo su mujer se untaba un ungüento en la cara y, una vez finalizada esta operación, decía:
– “¡Por encima de las zarzas y matas, a los praus de Barahona!” »
– (¡Sobre las zarzas y plantaciones, cerca de Barahona!)
Dicho esto, ella desaparece sin dejar rastro.
Muy intrigado, el marido decide imitarla. Para esto se unta el ungüento en la cara como ella e inmediatamente dice:
– “¡Por entre zarzas y matas, a los praus de Barahona!” »
-(Por zarzas y plantaciones, cerca de Barahona)
Sin darse cuenta de su error en una palabra muy importante, él también llegó cerca de Barahona. Sí, pero en lugar de hacer el viaje cerca de las nubes, como su esposa, lo hizo entre zarzas y espinas, con la cara arañada y ensangrentada.
Pero lo más curioso es que, al ver su llegada con el rostro así dañado, su esposa, al igual que las demás brujas que allí estaban reunidas, comenzaron a burlarse de él sin ninguna consideración y sin demostrarle la menor atención ni la menor ayuda.