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PalancaCuentos vascos
Aquí hay varios cuentos. vasco : Anxo y los vaqueros, Dios todo lo ve, El maestro mariscal
Anxo y los pastores
Después de comer, los vaqueros del pueblo de Ezterenzubi dejaron un trozo de pan para Anxo, el genio de la comarca. Venían todas las noches, una vez que los vaqueros dormían. En una ocasión, sólo uno de ellos, el más joven, le dejó su ración de pan, los demás no le dejaron nada. Anxo quitó las ropas a los que no habían dejado la ofrenda.
Los compañeros del joven le pidieron que fuera a ver a Anxo a su cueva y le pidiera la ropa que había robado. Como recompensa por este servicio le prometieron una novilla.
El joven se presentó a Anxo y le pidió la ropa. Anxo se los dio y le pidió que le diera a la novilla 101 golpes con un palo. Lo que hizo el pastor, y la novilla le dio un rebaño de 101 cabezas de vacas.
Dios ve todo
Un día Jesús caminaba y San Pedro lo seguía llevando un pan bajo el brazo. Al pasar junto a un estanque, las ranas empezaron a cantar a su manera.
San Pedro dice:
– » Parece que estas ranas tienen hambre.
– “Sí, dales un poco del pan que llevas”, respondió Jesús.
Pero Pedro, en lugar de pan, tiró una piedra al estanque y las ranas callaron. Un poco más adelante, Jesús le dijo a San Pedro:
– “Paremos aquí para que puedas peinarme.”
Pierre obedeció y, de repente, presa del terror, gritó:
- " Caballero ! ¿qué es esto? Tienes un ojo en el occipucio”.
- " Sin duda. Con este ojo vi que hace un momento, en lugar de pan, arrojaste una piedra al estanque de las ranas”.
El maestro mariscal
Un herrero hizo pintar este letrero sobre su puerta: ICI LIVES LE MAITRE MARECHAL
Jesús, al pasar un día, vio el cartel y entró en la fragua.
– “Maestro”, dijo Jesús, “soy un humilde herrador, deseoso de beneficiarme de tus conocimientos. Así que permíteme herrar a uno de los caballos que esperan su turno en la puerta”.
– “Prueba tus habilidades en este, que no es fácil”, dijo el herrero.
Jesús se acercó al caballo feroz, le cortó una pata, la puso en un tornillo de banco y lo herró en silencio. Cuando terminó, aflojó el pie y lo volvió a pegar en su lugar.
E hizo lo mismo con cada pie sin que el caballo opusiera resistencia alguna. Hecho esto, abandonó la fragua. El mariscal, atónito, no había pronunciado una palabra. Pero apenas Jesús estaba en la calle cuando el mariscal se dispuso a aprovechar la lección. Se acerca al primer caballo descalzo, le corta la pata, lo herra con un tornillo de banco y luego intenta volver a pegarlo a la pata. No podía superarlo, la pata no aguantaba y el caballo estaba perdiendo toda la sangre.
- " Maestro ! maestro ! -gritó el mariscal-. Me equivoqué, ven en mi ayuda.
Jesús volvió sobre sus pasos, reajustó el pie a la pierna sangrante y dijo al mariscal:
- “Harías bien en quitar el cartel que hay en tu puerta”.