Aquí está la historia de los barcos de oro, plata y seda. Érase una vez un príncipe que tenía tres hijos. El mayor quería ir a buscar fortuna; su padre pensó que no valía la pena ya que él mismo ya era bastante rico.
Contenido
PalancaBarcos de oro, plata y seda
El hijo pidió su bendición, le pidió que le construyera una barca de oro para poder irse. Tan pronto como estuvo en su poder, lo puso en el agua y se embarcó. Llegó a un pueblo donde, con la ayuda de unos muchachos, sacó su bote del agua y lo llevó a un cobertizo cerca de la habitación que alquilaba en una posada. Pidió una bolsa al posadero y fue a la plaza de toros a comprar carne allí.
Al pasar por el palacio del rey, notó un cartel que anunciaba que el rey había escondido a su hija dentro y que quien la encontrara podía casarse con ella. El joven entró con la idea de lograrlo. El rey le advirtió que si no encontraba a su hija en tres días, la haría emparedar. El joven aun así decidió emprender la búsqueda… no encontró a la princesa, y por lo tanto fue emparedada.
El padre y los dos hermanos al no verlo regresar, el menor decidió ir a buscarlo y le pidió a su padre que le hiciera construir una barca de plata; tan pronto como ella estuvo armada, él abordó y fue en busca de su hermano mayor. En su viaje, se detuvo en la misma posada que él, y tan pronto como vio la barca dorada en el cobertizo, supo que su hermano estaba cerca. Cogió una bolsa para sacar carne de la plaza de toros y vio el mismo cartel que su mayor.
Entró al palacio y se encontró con el rey quien le dijo que un joven que se parecía mucho a él había intentado, sin éxito, encontrar a la princesa unos días antes, y que la había hecho emparedar; también le dijo que reservaba el mismo destino para ella. El segundo hermano, sin embargo, emprendió la búsqueda... sin éxito, y el rey lo hizo emparedar.
Al no ver regresar a sus hermanos, el menor de los hijos anunció a su padre que quería ir a buscarlos; temiendo que él también desapareciera, su padre trató de disuadirlo. El joven, sin embargo, decidió irse y le pidió a su padre que le construyera un barco de seda; pronto se embarcó, se detuvo en la misma posada que sus hermanos, y vio la barca de oro y la barca de plata en el cobertizo.
Al igual que sus hermanos, fue a la plaza de toros a buscar la carne que le pedía el mesonero, vio el cartel en la puerta del palacio. Enfrente había un bolardo en el que se sentó a pensar: "¿Entrará o no?" Mientras tanto, una anciana se acercó y le preguntó qué lo ponía en tanta vergüenza; él respondió que no era asunto suyo, pero ella insistió y dijo que podía ayudarlo. Él le contó su historia, ella le preguntó si era rico.
Le dijo que podía tener dos barcos: uno de oro y otro de plata. Ella le sugirió que los fundiera y transformara el primero en un loro del tamaño de un hombre, cuyos ojos serían dos cavidades profundas, y el segundo en una base plateada. Inmediatamente fueron a un joyero para que hiciera ejecutar la estatua, el joven se encerró en ella con un cántaro de agua y un panal, y todo fue colocado frente al palacio.
El hermoso pájaro llamó la atención del rey que quería verlo de cerca. Seis hombres lucharon para llevarlo al palacio. En el refugio de su escondite, el joven tuvo tiempo de sobra para observar adónde lo llevaban; notó que empujaron una cama, levantaron una losa, tiraron de un pesado martillo de hierro que dio paso a una escalera.
Descendieron y llegaron a un gran patio donde había una fuente en forma de pozo cerrado por arriba, que abrieron y en el cual descendieron para llegar a otro hermoso patio, cerrado por otra puerta que abrieron, para encontrarse finalmente con el princesa en compañía de otras dos jóvenes. Los tres estaban vestidos de la misma manera, por lo que estaban confundidos y no podían adivinar quién era la princesa.
Esta estaba tan entusiasmada con el loro, que pidió que la colocaran en su habitación.
Como todas las tardes, a la princesa le trajeron una hogaza de pan y un vaso de agua. El joven, que tenía sed, aprovechó la oscuridad para salir de su caparazón e ir a saciar su sed; al momento de agarrar el vaso, su mano chocó con la de la princesa quien, en ese mismo momento, estaba haciendo el mismo gesto. Cuando ella, aterrorizada, estaba a punto de empezar a gritar, él le dijo que había venido a liberarla. Ella se tranquilizó y le dijo que para que él la reconociera el día que fuera a recogerla, ella llevaría un cordón escarlata en el dedo, mientras que sus acompañantes llevarían uno azul cielo.
Una buena mañana, los seis hombres volvieron a buscar el loro y lo sacaron del palacio. El joven entonces vestido como un caballero, se presentó en el palacio y anunció su intención de encontrar a la princesa. El rey le informó que dos hombres, que seguramente eran sus hermanos porque se parecían mucho a él, ya lo habían intentado sin éxito y que los había hecho tapiar; le reservó el mismo destino.
El joven insistió en entrar y comenzó su búsqueda; hizo el tonto los dos primeros días para despistar a las sospechas; pero al tercero empujó la cama, levantó la losa, pidió la llave, abrió la pesada puerta y descendió al primer patio con el rey y su ayuda de cámara. Continuó hacia la trampilla del pozo, volvió a descender y llegó cerca de la princesa.
El rey aún guardaba la esperanza de no poder reconocerla en medio de sus compañeros, que eran tan parecidos. Los hizo poner en un círculo; les hizo dar dos vueltas y detenerse al azar. El joven reconoció a la princesa sin dudarlo. Entonces el rey le dijo:
- No puedo evitar dártela como mi esposa; pero comencemos la prueba una vez más.
El joven señaló de nuevo a la princesa sin equivocarse. Luego le pidió al rey que liberara a sus dos hermanos, que aún estaban amurallados, y que trajera a su padre. Llegó el padre, liberaron a los hermanos y se llevó a cabo la boda.