Cuentos vascos 1

Cuentos vascos

Aquí hay tres cuentos. vasco : Los dos hermanos, la era del diablo, Don diego y Mari

Cuentos vascos

los dos hermanos

Una mujer tenía dos hijos, uno sabio y otro loco. El sabio dirigía la casa, porque la madre estaba enferma. Como remedio a sus dolores tomó baños que el sabio preparó muy bien. Ahora bien, un día que el sabio había salido, el loco se encargó de preparar el baño. Muy contento con este trabajo, imagina que está obligado a superar a su hermano en preparación; hace meter a su madre en la tina y le echa un balde de agua hirviendo. La pobre mujer se cocinó al instante.

Así, sólo los dos hermanos se quedaron en casa. Un día fueron al mercado a comprar un cerdo. Terminada la compra, el sabio, aún teniendo negocios en el mercado, encomienda el cerdo a su hermano para que lo lleve a casa con una cuerda. En el camino, el cerdo habló en su idioma; y el loco, aburrido de oírlo:
"Apostemos, dijo, quién vendrá a nosotros más pronto".

Suelta la cuerda y comienza a correr. Por la noche, el sabio regresa y pregunta por el cerdo. El loco cuenta lo sucedido.
– “Otra vez, dijo el sabio, recuerda que siempre debes tirar de la cuerda de lo que compraste en el mercado”.
"Bien", dijo el loco.

En el próximo mercado, los dos hermanos van a comprar un cántaro, que el loco se encarga de traer de vuelta. Pero como no había olvidado el consejo de su hermano, ató una cuerda al cántaro que empezó a arrastrar por el camino: se rompió en mil pedazos. El sabio, viendo que en nada acertaba, y que además le faltaban recursos, hizo comprender al loco que se reducían a mendigar. Se van, y el sabio, siendo el primero en salir, le dice al tonto que abra la puerta; después de lo cual siguió adelante.

El loco entendió que tenía que ponerle la puerta a la espalda. Así que la sacó de sus goznes y se la llevó con él. Y, aunque su hermano le había dicho que sería inútil, se negó a desprenderse de él. Por la tarde, llegaron a un bosque y, para no tumbarse en la tierra desnuda, treparon a un árbol, el loco todavía sujetando su puerta. A medianoche, diez ladrones se detuvieron al pie del árbol para repartir una bolsa de oro.

Mientras contaban, el loco le dijo a su hermano:
“Ya no puedo sostener esa puerta, y él la dejó caer. Los ladrones asustados creyeron que Dios les estaba tirando un pedazo del cielo y se fueron corriendo. El sabio no se molestó en contar el oro. Los dos hermanos construyeron un hermoso castillo y vivieron cómodamente.


la era del diablo

Érase una vez un pobre carbonero que tenía tantos hijos que no podía alimentarlos, por más que lo intentaba. Un día, cuando estaba ocupado con su trabajo, vio que se le acercaba un anciano que, después de mirarlo durante un largo rato, finalmente le preguntó, con una apariencia de interés, si realmente estaba feliz con su puesto. .

– “¿Cómo podría ser? dijo el carbonero. Sudo y trabajo en vano después de este horno maldito, desde la mañana hasta la tarde y, a menudo, desde la tarde hasta la mañana; a pesar de todo, mi esposa y mis hijos, de quienes no sé la cuenta, están pasando hambre”.

El anciano, asumiendo un aire dulce, dijo al carbonero:
“Por muy trabajador y honesto que parezcas, mereces ser más feliz, puedo verlo. Ahora, quiero ser agradable contigo y te prometo todo el dinero que puedas llevar, con una pequeña condición: que me digas mi edad dentro de una semana”.

El carbonero aceptó de inmediato. Sin embargo, la reflexión que le vino después, le pareció oportuno hablar con su mujer sobre el mercado. La esposa del carbonero no era tonta:
"No te preocupes", le dijo a su marido; en la semana, encontraré la manera de saber la edad de este anciano”.

La semana pasada, el carbonero y su esposa van al bosque. Llegada a la estufa de carbón, la carbonera se quita la ropa, se unta con miel y comienza a chapotear en un barril lleno de plumas, traído allí para tal fin. El anciano llega a la hora señalada y ve salir del tonel una bestia fantástica, ni cuadrúpeda ni pájaro, y retozando frente a él, con todo tipo de muecas y gestos extraordinarios.

Se sorprende y sin pensarlo:
– “Hace novecientos años que estoy en el mundo y nunca he visto nada igual”.

Entonces la mujer emplumada desaparece, y el carbonero, con aire astuto, toma del brazo al anciano y le susurra al oído:
“Tienes novecientos años.
“No lo puedo negar, dijo el anciano, y has ganado tu bolsa de oro”.
Siendo pesado el saco, y el carbonero, su mujer y todos sus hijos, cualquiera que fuese su número, ya no tuvieron que pasar hambre.


Don Diego y Mari

Don Diego López de Haro era muy buen montañero. Un día había ido a cazar jabalíes cuando escuchó en lo alto a una mujer cantando muy fuerte. Se acercó, la vio muy hermosa y muy bien vestida, se enamoró profundamente de ella y le preguntó quién era.

Ella le dijo que era de muy alto linaje. Él le dijo que ya que ese era el caso, él se casaría con ella si ella lo deseaba, porque él era el Señor de esta tierra.
Ella aceptó pero con una condición, que él le prometiera no hacer nunca la señal de la cruz.

Él le prometió, ella se fue con él. Esta Señora era muy hermosa, tenía un cuerpo bien hecho aparte de esto, tenía una pata de chivo.

Vivieron juntos durante mucho tiempo y tuvieron dos hijos, un niño y una niña. El hijo se llamaba Iñigo Guerra.

Entonces un día Don Diego se santiguó mientras estaba en la mesa comiendo con su familia. Al instante, su esposa se arrojó fuera de la habitación con su hija, por la ventana del palacio y huyó por las montañas, de modo que ya no la vieran; ni ella ni su hija.