Culto a los antepasados vascos

A lo largo de la historia, el vascos estaban estrechamente ligados a la casa (etxe) lo que significaba, para ellos, algo más que una simple vivienda y en el caso de las fincas (baserria), una serie de posesiones. Es un espacio donde la familia realiza buena parte de las actividades diarias y está apegada a sus antepasados. Así pues, existe toda una serie de creencias y ritos sobre la relación con los seres queridos fallecidos. Se les llama culto a los antepasados.

Culto a los antepasados vascos

Adoración de los ancestros

Evidentemente, esta concepción ha cambiado radicalmente hoy. La casa era un espacio sagrado que había que preservar, proteger y transmitir. En este sentido, un tema esencial fue el incendio en el domicilio.

En tiempos lejanos e incluso más recientes, la casa sirvió como cementerio familiar. Con la llegada del cristianismo los enterramientos cambiaron de lugar, de manera que en cada iglesia parroquial, cada casa y familia disponía de un espacio en el terreno (IARLEKU) que era una parcela inseparable del hogar. Aquí se recordaba a los antepasados (colocando ofrendas y cera ARGIZAIOLAS (canastas de cera) y se invocaban sus almas. En determinadas localidades, el camino entre las casas y la iglesia también tenía carácter sagrado por haber sido el recorrido seguido durante el funeral.

De este conjunto de interacciones nació un culto de tipo familiar-doméstico hacia las almas de los difuntos. Cuando las personas morían, las almas se separaban del cuerpo, tomando forma de sombras, luces o ráfagas de viento para vivir bajo tierra. Por la noche, estas almas, a través de cuevas, picos u otros caminos, regresaban periódicamente a sus primeros hogares. Se les podría pedir que ayuden a sus familias que aún viven. En todas estas tradiciones familiares, en la atención del espacio en la iglesia y de la tumba de la casa en el cementerio, era el papel principal de la dueña de la casa (ETXEKOANDRE).