Aquí está la historia de Tartarus y los tres niños. Tres niños habían quedado huérfanos de padre y madre. Como estaban en la indigencia, sin tener ni un pedazo de pan para llevarse a la boca, siguieron el consejo de su hermano menor y se dispusieron a buscar fortuna.
De bosque en bosque llegaron de noche sin encontrar casa donde cenar. El más joven se sube a un árbol y descubre a lo lejos un hermoso castillo. Lleva allí a sus hermanos, regocijándose con la esperanza de una buena comida. Llaman a la puerta y piden a la caridad comida y comida para la noche.
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PalancaEl tártaro y los tres niños
El maestro estaba ausente. El sirviente los hace pasar y les sirve una copiosa cena de la que no dejan nada. Luego los hace dormir en un barril sin fondo.
“Tengan cuidado”, les dijo, “de no hacer un sonido, de no pronunciar una palabra; porque Tartarus, mi amo, pronto volverá, y si descubre que hay un cristiano entre él, te comerá sin piedad.
Los tres huérfanos, aterrorizados, permanecen en silencio, sin apenas atreverse a respirar.
—Hay —gruñó— algún cristiano aquí.
“Está equivocado, señor, no hay ninguno.
– Si no los hubiera por lo menos; Lo puedo oler. Dime la verdad o te exterminaré.
El criado aterrorizado no se atrevió a negar más.
“A decir verdad, señor, algunos cristianos vinieron aquí durante su ausencia. Pero son muy pequeños y llegaron medio muertos de frío y hambre. Los calenté junto al fuego y les di de comer. Están ahí, en este tonel, ya dormidos.
—Fuera de ahí —dijo el tártaro con voz áspera, quitando la manta colocada sobre el barril.
Los niños se levantan de sus camas y entran todos temblando.
“Dales más comida y bebida”, dijo el tártaro al sirviente, “y llévalos a la habitación donde está la cama.
La criada obedece y luego vuelve a bajar a la cocina. El tártaro había puesto al fuego una gran olla llena de agua y estaba afilando su cuchillo. Él le dijo :
“Cuida a estos niños, y cuando duerman, ven y cuéntamelo.
La criada sube al dormitorio y encuentra a los niños despiertos.
“Pobres pequeños”, les dijo en voz baja, “cuídense mucho; dentro de poco mi malvado amo subirá para matarte.
Luego vuelve a bajar a la cocina y le anuncia a Tartarus que los niños aún no se han dormido.
Sin embargo, los tres hermanos celebran consejo. ¿Cómo escapar? A través de la ventana, sin duda. Pero es muy alto y no tienen cuerda. El más joven dice que la sábana, bien atada, puede sustituir a la cuerda, siempre que bajen de uno en uno. Se escapan de esta manera y huyen a toda velocidad. La criada llega a la puerta. Ella escucha ; mira por el ojo de la cerradura y no ve ni oye nada.
El tártaro conocedor sube las escaleras, entra en el dormitorio y apuñala la cama tan fuerte como puede. Por la mañana piensa en preparar su guiso y encuentra la cama vacía.
"¿Dónde pusiste esos tres corderos?"
No lo he tocado y no he vuelto a la habitación desde anoche.
- Se fueron ; pero los compensaré. Consígueme mis botas ahora mismo.
Ahora bien, cuando el Tártaro se hubo puesto las botas, recorría cien leguas de un solo paso. Crees que no le tomó mucho tiempo ponerse al día con los niños. Lo vieron venir de lejos y se escondieron detrás de un arbusto. El Tártaro, sin embargo, eligió un buen lugar para acostarse y pronto se durmió.
Los niños conocían bien la virtud de las botas de cien leguas y resolvieron apoderarse de ellas, como su único medio de salvación. Entonces se acercan al durmiente en silencio y con mucho cuidado le quitan las botas.
Inmediatamente, regresan al castillo:
– Aquí, le dicen al criado, acabamos de venir de parte del señor para pedirle que nos dé el dinero que está en el armario. Es para pagarnos por haber encontrado sus botas que te traemos de vuelta.
La criada, persuadida por la vista de las botas, les entregó el dinero de la alacena, con el cual los tres niños regresaron a su casa, ya ricos.
En cuanto al tártaro, privado de sus botas, tuvo grandes dificultades para volver a casa. Y bien podéis imaginar cuál fue su ira y su vergüenza cuando supo que había sido engañado por unos niños.